Y si mi boca de dragón enciende la mecha!

Los mellizos Barros Schelotto, de pequeños, se la pasaban jugando al fútbol, ya sea en el patio de la casa de la diagonal, si llovía se armaba un arco a arco o, en realidad, un puerta a puerta desde las habitaciones, y se jugaba a un toque con la pelotita de tenis. Si el clima los dejaba, el Estadio era el patio contiguo al consultorio de Don Hugo Barros Schelotto, ahí donde pergeñaron las diabluras que a la postre nos harían delirar. Pero por ese entonces los gritos no eran de nosotros, los hinchas, si no de una madre como Cristina al borde del ataque de nervios y harta de encontrar  macetas con azaleas partidas y un padre cansado del escuchar el crash de algún vidrio roto. "Nos podíamos pasar tardes enteras jugando entre nosotros. Perdíamos completamente la noción del tiempo. Jugar a la pelota nos hacía muy felices. Construíamos nuestro propio mundo y competíamos a morir. Nos sacábamos los ojos con tal de ganarle al otro", cuenta Guillermo.
Guillermo con la 9 de su primer club, For Ever
Un tiro con demasiada vehemencia y nula dirección marcó el final de los picaditos en el patio de la casa de la diagonal. El remate de Guille rompió un vidrio, la paciencia de la familia y también la de la paciente que Don Hugo atendía en el consultorio contiguo al patio. Justamente fue ella, la señora Nelly Amado, la que le recomendó al doctor Hugo llevar a los Mellizos a descargar toda esa vivacidad en For Ever, un club en el barrio El Mondongo que posteriormente se mudaría a la calle 69 entre 12 y 13, cerca de la casa. y Ahí fueron...
De aquel partido, en la canchita de Villa Elvira, nace el recuerdo de la imágen chaplinesca de Guillermo y Gustavo: "Había que verlos tan serios y disfrazados de futbolistas. Dos años, a esa edad, es mucha diferencia. Encima ellos eran chiquititos. A todos nos causaban mucha gracia porque la camiseta del equipo les asomaba por abajo del pantalón corto", recuerda Miguel Peñalva, quien sería el primer técnico de los mellizos en este mundo llamado fútbol. "El primer día, nomás, Guille de movida se paró como delantero y Gustavo, unos metros más atrás, de volante. Y siempre jugaron así", completa el testigo de las primeras picardías.
En un par de años los mellizos Barros Schelotto se transformaron en las figuras del club, y entre los equipos rivales de la LIFIPA (Liga de Fútbol Infantil Platense Amateur) el objetivo común era ganarle a los mellizos. "Primero jugaban para la categoría 73 y luego también lo hacían en la 72. Y se empezaron a hacer famosos no sólo por las maravillas que hacían en la cancha sino también por lo que hablaban. Tenían una gambeta espectacular y una lengua que mamma mía!... Eran terribles. Los cargaban a los adversarios, les contestaban a los viejos que le decían algo de afuera, se burlaban de los técnicos rivales... Cada dos por tres se armaba un quilombo bárbaro. Y, claro, a veces también cobraran por pasarse de pícaros. Pero si les tocaba recibir se la aguantaban porque eran muy guapos", explica Peñalva, que más de una vez tuvo que intervenir para salvar a sus pequeños demonios.
Entre tantas anécdotas que su primer entrenador cuenta, aclara que así eran solamente dentro de la cancha: "Afuera tenían mil amigos. Estaban en todos los cumpleaños y no tenían problemas con nadie. Siempre fueron muy agradecidos. No se olvidan de la gente que los ayudó en su momento", se emociona Peñalva, al tiempo que confiesa nunca haber dudado de que los mellizos iban a llegar bien lejos en el fútbol profesional. "Después de tantos años trabajando en el fútbol infantil, uno se da cuenta cuándo un jugador es diferente. Y ellos tenían que llegar porque son locos por el fútbol. Verdaderamente aman lo que hacen. Y así todo es más fácil".

No hay comentarios:

Publicar un comentario