Caricias de asfalto

Atrás quedaban los cuartos de final de la Copa Libertadores del 2004, ante Sao Caetano, gracias a que el Pato Abbondanzieri seguía dejando su huella en las definiciones por penales. Y lo que no ocurrió en el 2003, cuando el América de Cali se puso en el camino de River, finalmente se concretó. La semifinal de la Libertadores tuvo el condimento más espectacular posible: el superclásico.
Para River ése era el momento preciso e inmejorable de vengar la eliminación sufrida en aquélla Copa del 2000 a manos del Xeneize con el recordado gol de Palermo. Y con esa carga de adrenalina se jugó, en La Bombonera, el primer combate. No hubo otra manera de definirlo: con la particularidad de que ambos partidos se jugaron sin hinchas visitantes por una cuestión de seguridad, la violencia y la agresión, paradójicamente, se vieron dentro de la cancha. Y entre los jugadores más experimentados. El partido se fue calentando con algunos cruces hasta que Marcelo Gallardo se sacó: lo bajó desde atrás a Cascini, el volante central de Boca reaccionó y Claudio Martín expulsó a los dos.
Sin embargo, no pudo evitar que esa acción contagiara de nerviosismo al resto. En el medio del tumulto y empujones varios, el Muñeco arañó en la cara al Pato Abbondanzieri y ahí la escena se hizo incontrolable. Tanto, que el preparador físico de River, Gabriel Macaya, salió del banco, se cruzó con Guillermo y al ratito cayó nocaut por un trompazo del 7 que tampoco tuvo la fuerza ni la precisión de Mike Tyson, pero que mantuvo al PF cinco minutos acariciando el césped. Aquélla historia que pasó a ser anécdota pudo costarle muy caro al Mellizo.
"Fueron cinco minutos en los que me quería morir porque sabía que si alguien me había visto, me iba a perder la revancha. Todavía no sé cómo zafé. Igual, pocos saben que aquélla vez reaccioné porque Macaya me pegó primero. Y desde atrás. Es cierto que éso no justifica mi respuesta, pero fue instintiva, porque enseguida me dí cuenta de que me había ido a buscar premeditadamente. Quiso sacarme de la cancha. Total, River perdía al preparador físico y Boca a un jugador. De todos modos, ni el golpe de él ni el mío fueron para tanto. Él cayó, luego se puso hielo... Fue una exageración que dejó aún más en evidencia su intención".

Un ejecutivo se ahorcó con la corbata

El año 2000, si bien estuvo empapado de festejos para el Boca de Carlos Bianchi, también fue difícil para Guillermo en cuanto a las lesiones. El esfuerzo y la tensión de aquélla final en el Morumbí le jugaron una mala pasada provocándole un desgarro de un centímetro en la cara anterior del muslo derecho. Y la recuperación le llevó prácticamente todo el Apertura.
El Mellizo jugó poco y nada ese segundo semestre (algunos minutos en el 1-1 contra River, y fue titular contra San Lorenzo y Estudiantes, en la última fecha), en el cual hay que fechar el nacimiento de una rivalidad hasta a veces fuera del campo de juego con Marcelo Delgado. Es que por esa época se jugaba nada menos que el acompañante de Palermo en la delantera para la final de la Copa Intercontinental contra el poderoso Real Madrid, y Guillermo, sabía, arrancaba de atrás.
Guillermo y Palermo festejan. Son campeones del Mundo.
Esa intuición, de todos modos, no fue el único motivo por el que Hugo Barros Schelotto no quiso ir a Tokio. El padre de los mellizos les tenía poca simpatía a los aviones, y si algunas horas eran un castigo para él, ni consideró lo que serían 36 horas de vuelo. Con las valijas listas para ser despachadas y ruegos de su propia mujer, Hugo se bajó del viaje esa misma mañana en la que debían partir. Esos dos pasajes que habían reservado los Melli, entonces, quedaron vacantes.
De ninguna manera iban a cancelarlos. Junto con Gustavo decidieron llevar a sus amigos. Los candidatos eran 4: Leo de Cristófano, Martín Ñoqui Salgado, Flavio Pepe Tunessi y Hernán Chichón Santilli, pero como estos dos últimos eran médicos y tenían complicaciones con las guardias y la cirugías, quedaron descartados de entrada.
Ese mismo lunes, entonces, horas antes de emprender la odisea oriental, Guillermo hizo una recorrida para despedirse de todos. Y el mediodía lo encontró en el Lloyds Bank ubicado en 47 entre 7 y 8, donde Leo, uno de los elegidos, trabajaba como jefe de área. El Melli saludó, como de costumbre cada vez que pasaba por la sucursal, y sin decirle una palabra a su amigo se metió directamente en la oficina del Gerente. Fue una maniobra que nadie creyó extraña ya que Guille tenía muy buena relación con él. Sin embargo, esta vez tenía un cometido específico. Y entre comentarios sobre el partido y las sensaciones previas al acontecimiento del año, le apuntó a su misión.
Regreso y festejos.
- "¿Vos sabés si Leo tiene algunos días para poder tomarse?", atacó directo al punto.
- "Mirá, se puede conversar. ¿Por qué es?".
- "Quiero que venga a Japón. Tengo un pasaje para él".
- "En ese caso no habrá problemas. Le doy lo que necesite".
Para evitar falsas ilusiones, el Mellizo se encargó en primera persona de las gestiones. Sin intermediarios y sin trasladarle la responsabilidad a nadie. Con la confirmación del Gerente bajo el brazo salió de la oficina contento como si él mismo fuera el acreedor de semejante sorpresa. Ahí se encaró con su amigo, aunque fiel a su estilo mantendría el secreto hasta el final con esa media sonrisa tan característica en él como pícara que permite desconfiar, cualquiera sea la causa de la charla, sobre si realmente se trata de broma. O no.
- "Bueno, Guille, que tengas mucha suerte. Igual, hablamos o nos escribimos por mail...".
- "Dale. Ah, Leo, a la tarde llamalo a Ñoqui (el otro amigo condecorado para el gran viaje gran). Se vienen los dos a Japón...".
- "Andá, ¿me estás cargando?".
- "No, no. Hugo y Cristina no van. Y con Gustavo los elegimos a ustedes".
- "Sí, está bien, yo te agradezco. Pero igual, por más que sea cierto, yo estoy laburando. No me van a dar permiso de un día para el otro...".
- "Bueno, hablá con el Gerente. Él ya me lo dio".
- "Dale, Guille...".
- "Mirá que hablo en serio. Arreglen con la agencia para confirmar la hora del vuelo. Nos vemos allá. Chau".