La carta no está siempre a tu alcance en los matutinos

Guillermo Barros Schelotto y Ramón Ángel Díaz apenas compartieron seis minutos en una cancha. Fue un 3-2 de River en el estadio de Gimnasia, en La Plata, el 15 de marzo de 1992. El riojano fue suplente e ingresó a los 26 minutos del segundo tiempo por otro Ramón, Medina Bello. Seis minutos después, el Mellizo Guillermo, que había anotado el primer gol del Lobo, se retiró expulsado.
Ramón siempre admiró la picardía de Guillermo. No ocultó, por ejemplo, que lo había elegido para jugar en River allá por 1997. Boca y su dinero (1,8 millones de dólares más el pase de Facundo Sava) pudieron más y Guillermo se puso la camiseta azul y oro. Pero el riojano no le perdió el rastro. Una década después de llegar a Boca, en 2007, Díaz lo quiso para su San Lorenzo: "Es un grande. Uno de los grandes ídolos del fútbol argentino", dijo el riojano. Y amplió: "A mí me gusta, tiene experiencia y transmite mucha tranquilidad". Más acá en el tiempo, Ramón reconoció que el Mellizo es el jugador al que le habría gustado dirigir.
Guillermo supo ser menos elogioso: nunca le gustó que Ramón Díaz se metiera con Boca mientras dirigía a River. "Que el Pelado Díaz se dedique a hablar de River y no baje la guardia, porque no hay nada peor que confiarse", dijo hace algunos años, en la antesala de un superclásico de verano. Pero respeta a Ramón tanto como Ramón a él.
En su rol de entrenador, Barros Schelotto se caracteriza por la mesura verbal. Esa viveza que transmitía como futbolista la desarrolla en el banco: su relación con los árbitros sigue siendo tan picante como cuando calzaba pantalones cortos.
Siendo ambos entrenadores, nunca se enfrentaron. Pero Ramón bien puede jactarse de haberle ganado con el espíritu: River derrotó 1 a 0 a Lanús en el torneo Inicial y lo sacó de la pelea por el título. El riojano ya había vuelto y estaba en el palco...