Sólo su nombre me suena familiar, y ahora vuelve para buscarme

Esa misma picardía que mostraba en la cancha con la pelota en los pies y también para zafar de una situación comprometedora, también se manifestaba en la vida diaria… Y sobre todo si andaba con su hermano cerca.
Si dentro de la cancha Guillermo y Gustavo juntos eran dinamita pura, afuera la cosa no cambiaba demasiado. O, más bien, esa química genética que traen desde la cuna se potenciaba aún mucho más. Hay varias historias que dan fe de ello. Y, entre ellas, algunas que se pueden contar…
Los hermanos Gustavo y Guillermo Barros Schelotto.
Una viene de esos tiempos en los que alternaban partidos de fútbol con las salidas propias de la edad. Recién habían comenzado primer año y un fin de semana los hermanos Barros Schelotto y una noviecita de Gustavo coincidieron en una fiesta de cumpleaños de un amigo en común. La cuestión es que la chica, en un momento de distracción durante el baile, se puso a conversar animadamente con Guillermo y le contó sus penas y alegrías por la juvenil relación en ciernes, sus expectativas, sus dudas, su amor inmenso… Hasta que Guille, pícaro a los 13 como años más tarde en la cancha, cuando recibió esa mirada de la amada que exige devolución de confesiones, le contestó como quien recibe un recado: “Bueno, cuando lo vea a Gustavo se lo cuento…”. No alcanzó a redondear la respuesta, claro, cuando la niña ya se había esfumado, colorada de vergüenza.

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